Hoy traigo un post brutalmente honesto y personal. Es casi para mà no más,en verdad no es informativo ni divertido... Pero quiero hacerlo, quiero compartir esto con quien quiera leerlo, aunque sea yo no más.
Javier nació el 19 de julio del 75. Hace exactamente 41 años. Lamentablemente, el último cumpleaños que celebró fue el número 34, porque en febrero del 2010 la enfermedad que le venÃa jodiendo la vida desde sus 21 terminó por ganarle.
Javier es mi hermano mayor. Mi primer amigo, compañero de decenas de conciertos, educador literario, consejero personal. Yo nacà cuando él ya tenÃa 14 años, sin embargo, esa gran brecha jamás se interpuso en nuestra potente relación. DestruÃamos juntos a cualquiera que osara enfrentarnos en Pictograma, él buscaba restoranes con opción vegetariana cerca de su trabajo para invitarme a comer, y gozábamos, yo en la voz y él en la guitarra, los más lindos temas de Silvio.
Superar su muerte ha sido una de las cosas más difÃciles que me han tocado. De hecho, hablar de "superar" es un poco pretencioso de mi parte, porque escribo esto con los ojos llenos de lágrimas mientras suena de fondo el "Principio de Incertidumbre", uno de nuestros discos favoritos. Pero hoy no quiero hablar de su muerte. Quiero hablar de su vida, de los recuerdos, quiero celebrar que, a pesar de que ya no está, él estuvo. Quiero recordar porque me aterra olvidarme. Me angustia tener que esforzarme tanto para escuchar su voz en mi cabeza, tener que adivinar un poco el color de sus ojos. Por eso, quiero, necesito recordar.
La locomotora de la foto está en Humberstone, el pueblo fantasma del norte. Esa foto la tomó Javier el año 2009, si no me equivoco, cuando fuimos a Iquique. A él le encantaba la fotografÃa. TenÃa una Zenit análoga increÃble, y revelaba sus fotos él mismo. La locomotora, eso sÃ, la capturó con una cámara digital. Igual le gustaba la fotografÃa digital. A veces pienso que, si siguiera acá, tendrÃa una cuenta espectacular en Instagram o Flickr.
Intento darle un orden a los recuerdos, pero me cuesta. Llegan apresurados, ansiosos por proyectarse en mis pupilas cuando cierro los ojos. Me acuerdo del concierto de la Magdalena Matthey, me llevó media obligada y salà alucinada. Que maravilla esa mujer. Hasta el dÃa de hoy, sigo escuchándola. De hecho, por ahà alguna vez canté una de sus canciones en un escenario, y por Dios que me gustarÃa que él hubiera estado ahà para escucharme. Me gusta creer que estuvo, por eso me puse ese vestido que tanto le gustaba.
La música siempre fue un punto de encuentro fuerte para nosotros. Perdà la cuenta de las veces que fuimos a ver a Ismael Serrano. Me acuerdo cuando Javier me mostró la canción "La HuÃda" y yo me puse los audÃfonos casi por compromiso, y me los quité con lágrimas en los ojos, lágrimas de esas de amor musical, de esas que salen solitas solo porque te gustó demasiado una canción. Pucha que me conocÃa harto.
Siempre Ãbamos juntos a comprar el pan. En aquellos tiempos, pasábamos sagradamente al "Masti Car" a comernos un buen completo. Me acuerdo de una vez en que yo pasé al supermercado mientras él se quedaba esperando los completos afuera, y la mamá nos habÃa encargado algunas cosas para cocinar, entre ellas, una caja de vino blanco para una salsa. Yo tenÃa unos 12 años, ni siquiera sabÃa que podÃa tener problemas para comprar alcohol, asà que me sorprendà genuinamente con las miradas de reprobación del personal del, entonces, Supermercado Agas. Cuando el Javier llegó con dos completos en las manos y me vio ultra urgida en la caja intentando dar explicaciones le dio tanta risa... Si me concentro, puedo ver sus ojos achinados de tanta gracia.
El año nuevo era difÃcil para él. Cada 31 de diciembre él recordaba que llevaba un año más esperando su trasplante, un año más con esa enfermedad de mierda. Muchas veces salÃa a caminar solito por la calle cuando se acercaban las doce, porque no tenÃa ganas de celebrar. Sin embargo, el año nuevo 2010 fue diferente. A pesar de que lo pasamos en el hospital, de que no pudimos compartir ni siquiera un vaso de agua, él estaba feliz. Feliz como antes de enfermarse. Recuerdo su voz rasposa por la intubación diciendo "Estoy tan feliz, tan feliz...". Sus lagrimitas de alegrÃa porque estábamos todos juntos. Por la cresta que noche más linda. Es como si hubiera querido limpiar la fiesta de año nuevo para nosotros, para que pudiéramos celebrar aún cuando él ya no estuviera.
Ya van casi 6 años y medio desde que no está. Y lo extraño tanto como el primer dÃa. Pero aún asà celebro que hace 41 años llegó a este mundo, celebro cada canción, cada risa, incluso cada rabia. Porque me tocó el mejor hermano mayor que me pudo haber tocado. Porque estoy infinitamente agradecida. Porque es cierto que se fue, pero también es cierto que estuvo.